El Coronavirus ha sido la gota que colma el vaso para la generación que dio sus primeros pasos hace 30 años. En 2008 llegó la primera dosis de realidad económica que pondría su estabilidad en jaque; una década después, se enfrentan a su segunda crisis. Bienvenidos a la generación ‘perdida’, aquella que comprende tanto a los ‘millenials’, como sus antecesores. Este término se acuña a la población española constituida por jóvenes que tienen entre 25 y 40 años y que, por la coyuntura económica y social existente, han vivido una situación sin precedentes: dos grandes recesiones en apenas 12 años.
Tras el primer estacazo económico en 2008, la juventud española constituyó el colectivo más afectado económicamente. No solo motivado por sus altas tasas de paro, también por la precariedad de los contratos, temporales en su mayoría, y sueldos mileuristas que permiten vivir ‘al día’. La normalización de esta situación ha desencadenado en una inestabilidad económica que imposibilita hacer planes a largo plazo: comprar un coche, una vivienda o crear una familia se encuentra en el imaginario de muchos y en la realidad de muy pocos. Aquellos que lograron encaminar sus proyectos vitales y mantener cierta estabilidad se ven azotados nuevamente por una segunda crisis sin el menor respaldo económico, salvo el de sus familiares.
La recesión provocada por el Coronavirus ha golpeado fuertemente a los jóvenes: el impacto económico de esta pandemia mundial iniciada en marzo en nuestro país, ha supuesto una subida de paro con respecto al mes anterior de hasta un 16% para los jóvenes de entre 25 y 29 años. Algo menos para los que tienen entre 30 y 40 años, cuyo paro ha escalado un 13,4%. Desde el inicio de la crisis se han perdido alrededor de un millón de empleos, de los cuales el 50% corresponde a menores de 35 años.
Pasaremos por un periodo en el que la población que no esté preparada desde un punto de vista formativo tendrá más dificultades para hacer frente a este cambio. Los datos de abril y mayo serán más difícil de digerir y la respuesta parece ser la misma que se ofreció hace una década: el valor de los estados reside en la capacitación y la inteligencia. Los más formados sufrirán en menor medida las consecuencias económicas del mercado laboral.

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