El año pasado, por el cumpleaños de mi madre, decidimos pasar el fin de semana en familia visitando Segovia. Una ciudad preciosa, famosa por su acueducto romano y su exquisita gastronomía. Durante nuestra visita, tuvimos la suerte de encontrar un pequeño y acogedor restaurante en una de sus calles. La comida fue exquisita, sin duda, pero lo que realmente hizo que la cena fuera inolvidable fue el trato cálido y atento que recibimos por parte de nuestro camarero. Esa experiencia me hizo comprender el verdadero valor de un buen servicio en la hostelería, y quiero compartir esta historia para destacar cómo un camarero puede marcar la diferencia en la experiencia del cliente.